Resurrecci�n
Frente a la resurrecci�n se hallan nuestras
respuestas. Hermano Roger de Taiz�
La resurrecci�n de Cristo es
vida para los difuntos, perd�n para los pecadores, gloria para los santos. San
M�ximo de Tur�n
Y si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra
predicaci�n, y vana tambi�n vuestra fe. I Corintios 15,13
Pensamientos de Benedicto XVI
Recopilados
por: P. Mariano Esteban Caro
HOMILÍA, 15 DE ABRIL DE 2006
*Jesús no es un personaje del pasado. Él vive y, como ser viviente, camina
delante de nosotros; nos llama a seguirlo a Él, el viviente, y a encontrar así
también nosotros el camino de la vida.
*En Pascua nos alegramos porque Cristo no ha quedado
en el sepulcro, su cuerpo no ha conocido la corrupción; pertenece al mundo de
los vivos, no al de los muertos; nos alegramos porque Él es –como proclamamos
en el rito del cirio pascual– Alfa y al mismo tiempo Omega, y existe por
tanto, no sólo ayer, sino también hoy y por la eternidad (cf.
Hb 13, 8).
*En cierto modo, vemos la resurrección tan fuera de nuestro horizonte, tan
extraña a todas nuestras experiencias, que, entrando en nosotros mismos,
continuamos con la discusión de los discípulos: ¿En qué consiste propiamente
eso de «resucitar»? ¿Qué significa para nosotros? ¿Y para el mundo y la
historia en su conjunto?
*La resurrección de Cristo es –si podemos usar por una vez el lenguaje de la
teoría de la evolución– la mayor «mutación», el salto más decisivo en absoluto
hacia una dimensión totalmente nueva, que se haya producido jamás en la larga
historia de la vida y de sus desarrollos: un salto de un orden completamente
nuevo, que nos afecta y que atañe a toda la historia.
*Jesús ya no está en el sepulcro. Está en una vida nueva del todo. Pero, ¿cómo
pudo ocurrir eso? ¿Qué fuerzas han intervenido? Es decisivo que este hombre
Jesús no estuviera solo, no fuera un Yo cerrado en sí mismo. Él era uno con el
Dios vivo, unido talmente a Él que formaba con Él una sola persona. Se
encontraba, por así decir, en un mismo abrazo con Aquél que es la vida misma,
un abrazo no solamente emotivo, sino que abarcaba y penetraba su ser.
*La propia vida de Jesús no era solamente suya, era una comunión existencial
con Dios y un estar insertado en Dios, y por eso no se le podía quitar
realmente.
*Él pudo dejarse matar por amor, pero justamente así destruyó el carácter
definitivo de la muerte, porque en Él estaba presente el carácter definitivo
de la vida. Él era una cosa sola con la vida indestructible, de manera que
ésta brotó de nuevo a través de la muerte.
*La muerte de Jesús fue un acto de amor. En la última Cena, Él anticipó la
muerte y la transformó en el don de sí mismo. Su comunión existencial con Dios
era concretamente una comunión existencial con el amor de Dios, y este amor es
la verdadera potencia contra la muerte, es más fuerte que la muerte.
*La resurrección de Jesús fue como un estallido de luz, una explosión del amor
que desató el vínculo hasta entonces indisoluble del «morir y devenir».
*La resurrección de Jesús inauguró una nueva dimensión del ser, de la vida, en
la que también ha sido integrada la materia, de manera transformada, y a
través de la cual surge un mundo nuevo.
*Está claro que este acontecimiento (la resurrección de Jesús) no es un
milagro cualquiera del pasado, cuya realización podría ser en el fondo
indiferente para nosotros.
*La resurrección de Jesús es un salto cualitativo en la historia de la
«evolución» y de la vida en general hacia una nueva vida futura, hacia un
mundo nuevo que, partiendo de Cristo, entra ya continuamente en este mundo
nuestro, lo transforma y lo atrae hacia sí
*¿Cómo ocurre esto? ¿Cómo puede llegar efectivamente este acontecimiento (de
la resurrección) hasta mí y atraer mi vida hacia Él y hacia lo alto? La
respuesta, en un primer momento quizás sorprendente pero completamente real,
es la siguiente: dicho acontecimiento me llega mediante la fe y el bautismo.
*El Bautismo significa precisamente que la resurrección de Jesús no es un
asunto del pasado, sino un salto cualitativo de la historia universal que
llega hasta mí, tomándome para atraerme.
*El Bautismo es algo muy diverso de un acto de socialización eclesial, de un
ritual un poco fuera de moda y complicado para acoger a las personas en la
Iglesia. También es más que una simple limpieza, una especie de purificación y
embellecimiento del alma. Es realmente muerte y resurrección, renacimiento,
transformación en una nueva vida.
*Lo que ocurre en el Bautismo se puede aclarar más
fácilmente para nosotros si nos fijamos en la parte final de la pequeña
autobiografía espiritual que san Pablo nos ha dejado en su
Carta a los Gálatas.
Concluye con las palabras que contienen también el núcleo de dicha biografía:
«Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien
vive en mí» (2, 20). Vivo, pero ya no soy yo.
El yo mismo, la identidad esencial del hombre –de este hombre, Pablo– ha
cambiado. Él todavía existe y ya no existe. Ha atravesado un «no» y sigue
encontrándose en este «no»: Yo, pero «no»
más yo. Con estas palabras, Pablo no describe
una experiencia mística cualquiera, que tal vez podía habérsele concedido.
*Esta frase es la expresión de lo que ha ocurrido en el Bautismo. Se me quita
el propio yo y es insertado en un nuevo sujeto más grande.
*Así, pues, está de nuevo mi yo, pero precisamente transformado, bruñido,
abierto por la inserción en el otro, en el que adquiere su nuevo espacio de
existencia.
*Pablo nos explica lo mismo una vez más bajo otro
aspecto cuando, en el tercer capítulo de la
Carta a los Gálatas, habla de la «promesa»
diciendo que ésta se dio en singular, a uno solo: a Cristo. Sólo él lleva en
sí toda la «promesa». Pero, ¿qué sucede entonces con nosotros? Vosotros habéis
llegado a ser uno en Cristo, responde Pablo (cf.
Ga 3, 28). No sólo
una cosa, sino uno, un único, un único sujeto nuevo.
*Esta liberación de nuestro yo de su aislamiento, este encontrarse en un nuevo
sujeto es un encontrarse en la inmensidad de Dios y ser trasladados a una vida
que ha salido ahora ya del contexto del «morir y devenir».
*El gran estallido de la resurrección nos ha alcanzado en el Bautismo para
atraernos.
*Quedamos así asociados a una nueva dimensión de la vida en la que, en medio
de las tribulaciones de nuestro tiempo, estamos ya de algún modo inmersos.
Vivir la propia vida como un continuo entrar en este espacio abierto: éste es
el sentido del ser bautizado, del ser cristiano.
*La resurrección no ha pasado, la resurrección nos ha alcanzado e impregnado.
A ella, es decir al Señor resucitado, nos sujetamos, y sabemos que también Él
nos sostiene firmemente cuando nuestras manos se debilitan. Nos agarramos a su
mano, y así nos damos la mano unos a otros, nos convertimos en un sujeto único
y no solamente en una sola cosa.
*Yo, pero no más yo:
ésta es la fórmula de la existencia cristiana fundada en el bautismo, la
fórmula de la resurrección en el tiempo.
*Yo, pero no más yo:
si vivimos de este modo transformamos el mundo.
Es la fórmula de contraste con todas las
ideologías de la violencia y el programa que se opone a la corrupción y a las
aspiraciones del poder y del poseer.
*«Viviréis, porque yo sigo viviendo»,
dice Jesús en el Evangelio de San Juan
(14, 19) a sus discípulos, es decir, a nosotros. Viviremos mediante la
comunión existencial con Él, por estar insertos en Él, que es la vida misma.
*La vida eterna, la inmortalidad beatífica, no la tenemos por nosotros mismos
ni en nosotros mismos, sino por una relación, mediante la comunión existencial
con Aquél que es la Verdad y el Amor y, por tanto, es eterno, es Dios mismo.
*La mera indestructibilidad del alma, por sí sola, no podría dar un sentido a
una vida eterna, no podría hacerla una vida verdadera. La vida nos llega del
ser amados por Aquél que es la Vida; nos viene del vivir con Él y del amar con
Él.
*Yo, pero no más yo:
ésta es la vía de la Cruz, la vía que «cruza» una existencia encerrada
solamente en el yo, abriendo precisamente así el camino a la alegría verdadera
y duradera.
*La resurrección es un acontecimiento cósmico, que comprende cielo y tierra, y
asocia el uno con la otra.
MENSAJE PASCUAL, 16 DE ABRIL DE 2006
*Cristo
ahora está vivo y camina con nosotros. ¡Inmenso misterio de amor!
Christus resurrexit, quia Deus caritas est!
Alleluia (Cristo rsucito, porque Dios es amor! Alleluia).
REGINA CAELI, 30 DE ABRIL DE 2006
*La resurrección de Cristo es el dato central del cristianismo, verdad
fundamental que es preciso reafirmar con vigor en todos los tiempos, puesto
que negarla, como de diversos modos se ha intentado hacer y se sigue haciendo,
o transformarla en un acontecimiento puramente espiritual, significa
desvirtuar nuestra misma fe.
*La función materna que María desempeña en nuestra
vida, a fin de que seamos siempre discípulos dóciles y testigos valientes del
Señor resucitado.
HOMILÍA, 7 DE ABRIL DE 2007
*Desde los tiempos más antiguos la liturgia del día
de Pascua empieza con las palabras:
Resurrexi et adhuc tecum sum - he resucitado
y siempre estoy contigo; tú has puesto sobre mí tu mano. La liturgia ve en
ello las primeras palabras del Hijo dirigidas al Padre después de su
resurrección, después de volver de la noche de la muerte al mundo de los
vivientes. La mano del Padre lo ha sostenido también en esta noche, y así Él
ha podido levantarse, resucitar.
*En la oscuridad impenetrable de la muerte Él (Cristo) entró como luz; la
noche se hizo luminosa como el día, y las tinieblas se volvieron luz.
*Estas palabras del Resucitado al Padre se han convertido también en las
palabras que el Señor nos dirige: “He resucitado y ahora estoy siempre
contigo”, dice a cada uno de nosotros. Mi mano te sostiene. Dondequiera que tú
caigas, caerás en mis manos. Estoy presente incluso a las puertas de la
muerte. Donde nadie ya no puede acompañarte y donde tú no puedes llevar nada,
allí te espero yo y para ti transformo las tinieblas en luz.
*Estas palabras del Salmo 138, leídas como coloquio del Resucitado con
nosotros, son al mismo tiempo una explicación de lo que sucede en el Bautismo.
*En efecto, el Bautismo es más que un baño o una
purificación. Es más que la entrada en una comunidad. Es un nuevo nacimiento.
Un nuevo inicio de la vida. El fragmento de la
Carta a los Romanos,
que hemos escuchado ahora, dice con palabras misteriosas que en el Bautismo
hemos sido como “incorporados” en la muerte de Cristo.
*En el Bautismo nos entregamos a Cristo; Él nos toma consigo, para que ya no
vivamos para nosotros mismos, sino gracias a Él, con Él y en Él; para que
vivamos con Él y así para los demás.
*En el Bautismo nos abandonamos nosotros mismos, depositamos nuestra vida en
sus manos, de modo que podamos decir con san Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo,
es Cristo quien vive en mí”. Si nos entregamos de este modo, aceptando una
especie de muerte de nuestro yo, entonces eso significa también que el confín
entre muerte y vida se hace permeable.
*Tanto antes como después de la muerte estamos con
Cristo y por esto, desde aquel momento en adelante, la muerte ya no es un
verdadero confín. Pablo nos lo dice de un modo muy claro en su
Carta a los Filipenses:
“Para mí la vida es Cristo. Si puedo estar junto a Él (es decir, si muero) es
una ganancia. Pero si quedo en esta vida, todavía puedo llevar fruto. Así me
encuentro en este dilema: partir —es decir, ser ejecutado— y estar con Cristo,
sería lo mejor; pero, quedarme en esta vida es más necesario para vosotros”
(cf. 1,21ss).
*A un lado y otro del confín de la muerte él está
con Cristo; ya no hay una verdadera diferencia. Pero sí, es verdad: “Sobre los
hombros y de frente tú me llevas. Siempre estoy en tus manos”. A los
Romanos escribió
Pablo: “Ninguno… vive para sí mismo y ninguno muere por sí mismo… Si vivimos,
... si morimos,... somos del Señor” (14,7s).
*Nuestra vida pertenece a Cristo, ya no más a nosotros mismos. Pero
precisamente por esto ya no estamos solos ni siquiera en la muerte, sino que
estamos con Aquél que vive siempre.
*En el Bautismo, junto con Cristo, ya hemos hecho el viaje cósmico hasta las
profundidades de la muerte. Acompañados por Él, más aún, acogidos por Él en su
amor, somos liberados del miedo. Él nos abraza y nos lleva, dondequiera que
vayamos. Él que es la Vida misma.
*Las puertas de la muerte están cerradas, nadie puede volver atrás desde allí.
No hay una llave para estas puertas de hierro. Cristo, en cambio, tiene esta
llave. Su Cruz abre las puertas de la muerte, las puertas irrevocables. Éstas
ahora ya no son insuperables. Su Cruz, la radicalidad de su amor es la llave
que abre estas puertas. El amor de Cristo que, siendo Dios, se ha hecho hombre
para poder morir; este amor tiene la fuerza para abrir las puertas. Este amor
es más fuerte que la muerte.
*El alma del hombre, precisamente, es de por sí inmortal desde la creación,
¿qué novedad ha traído Cristo? Sí, el alma es inmortal, porque el hombre está
de modo singular en la memoria y en el amor de Dios, incluso después de su
caída. Pero su fuerza no basta para elevarse hacia Dios. No tenemos alas que
podrían llevarnos hasta aquella altura. Y sin embargo, nada puede satisfacer
eternamente al hombre sino el estar con Dios. Una eternidad sin esta unión con
Dios sería una condena.
*El hombre no logra llegar arriba, pero anhela ir hacia arriba: “Desde el
vientre del infierno te pido auxilio...”. Sólo Cristo resucitado puede
llevarnos hacia arriba, hasta la unión con Dios, hasta donde no pueden llegar
nuestras fuerzas. Él carga verdaderamente la oveja extraviada sobre sus
hombros y la lleva a casa.
*Nosotros vivimos agarrados a su Cuerpo, y en comunión con su Cuerpo llegamos
hasta el corazón de Dios. Y sólo así se vence la muerte, somos liberados y
nuestra vida es esperanza.
*Por medio de la resurrección de Jesús el amor se ha revelado más fuerte que
la muerte, más fuerte que el mal. El amor lo ha hecho descender y, al mismo
tiempo, es la fuerza con la que Él asciende. La fuerza por medio de la cual
nos lleva consigo. Unidos con su amor, llevados sobre las alas del amor, como
personas que aman, bajamos con Él a las tinieblas del mundo, sabiendo que
precisamente así subimos también con Él.
HOMILÍA, 22
DE MARZO DE 2008
*Morir es partir. En nuestra muerte el partir es
algo definitivo; no hay retorno. Jesús, en cambio, dice de su muerte: «Me voy
y vuelvo a vuestro lado»
(Jn 14,
28). Precisamente al irse, regresa. Su marcha inaugura un modo totalmente
nuevo y más grande de su presencia.
*Jesús con su muerte entra en el amor del Padre. Su muerte es un acto de amor.
Ahora bien, el amor es inmortal. Por este motivo su partida se transforma en
un retorno, en una forma de presencia que llega hasta lo más profundo y no
acaba nunca.
*Jesús, que por el acto de amor ha sido transformado
totalmente, está libre de esas barreras y límites. No sólo es capaz de
atravesar las puertas exteriores cerradas, como nos narran los Evangelios (cf.
Jn 20, 19).
También puede atravesar la puerta interior entre el yo y el tú, la puerta
cerrada entre el ayer y el hoy, entre el pasado y el porvenir.
*Su partida se convierte en un venir en el modo
universal de la presencia del Resucitado ayer, hoy y siempre. Él viene también
hoy y abraza todos los tiempos y todos los lugares. Ahora puede superar
también el muro de la alteridad que separa el yo del tú. Esto sucedió a san
Pablo, que describe el proceso de su conversión y su bautismo con las
palabras: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga
2, 20).
*Con la llegada del Resucitado, san Pablo obtuvo una
identidad nueva. Su yo cerrado se abrió. Ahora vive en comunión con Jesucristo
en el gran yo de los creyentes que se han convertido —como él afirma— en «uno
en Cristo» (Ga
3, 28).
*En el bautismo el Señor entra en vuestra vida por la puerta de vuestro
corazón. Nosotros no estamos ya uno junto a otro o uno contra otro. Él
atraviesa todas estas puertas.
*Esta es la realidad del bautismo: él, el Resucitado, viene, viene a vosotros
y une su vida a la vuestra, introduciéndoos en el fuego vivo de su amor.
Formáis una unidad; sí, sois uno con él y de este modo sois uno entre
vosotros.
*Los creyentes no son nunca totalmente extraños el uno para el otro. Estamos
en comunión a causa de nuestra identidad más profunda: Cristo en nosotros.
*Sí, esto es lo que ocurre en el bautismo: él nos atrae hacía sí, nos atrae a
la vida verdadera. Nos conduce por el mar de la historia, a menudo tan oscuro,
en cuyas confusiones y peligros frecuentemente corremos el riesgo de
hundirnos.
*En el bautismo nos toma de la mano, nos conduce por el camino que atraviesa
el Mar Rojo de este tiempo y nos introduce en la vida eterna, en la vida
verdadera y justa. Apretemos su mano. Pase lo que pase, no soltemos su mano.
Caminemos, pues, por la senda que conduce a la vida.
AUDIENCIA,
26 DE MARZO DE
2008
*Cada domingo, en el Credo, renovamos nuestra profesión de fe en la
resurrección de Cristo, acontecimiento sorprendente que constituye la clave de
bóveda del cristianismo. En la Iglesia todo se comprende a partir de este gran
misterio, que ha cambiado el curso de la historia y se hace actual en cada
celebración eucarística.
*Es la Pascua, el paso de Jesús de la muerte a la vida, en el que se realizan
en plenitud las antiguas profecías. Toda la liturgia del tiempo pascual canta
la certeza y la alegría de la resurrección de Cristo.
*Debemos renovar constantemente nuestra adhesión a Cristo muerto y resucitado
por nosotros: su Pascua es también nuestra Pascua, porque en Cristo resucitado
se nos da la certeza de nuestra resurrección.
*La noticia de su resurrección de entre los muertos no envejece y Jesús está
siempre vivo; y también sigue vivo su Evangelio.
*«La fe de los cristianos —afirma san Agustín— es la
resurrección de Cristo». Los Hechos de los
Apóstoles lo explican claramente: «Dios dio a
todos los hombres una prueba segura sobre Jesús al resucitarlo de entre los
muertos» (Hch
17, 31). En efecto, no era suficiente la muerte para demostrar que Jesús es
verdaderamente el Hijo de Dios, el Mesías esperado. ¡Cuántos, en el decurso de
la historia, han consagrado su vida a una causa considerada justa y han
muerto! Y han permanecido muertos.
*La muerte del Señor demuestra el inmenso amor con el que nos ha amado hasta
sacrificarse por nosotros; pero sólo su resurrección es «prueba segura», es
certeza de que lo que afirma es verdad, que vale también para nosotros, para
todos los tiempos.
*Al resucitarlo, el Padre lo glorificó. San Pablo
escribe en la carta a los Romanos:
«Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo
resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rm
10, 9).
*Es importante reafirmar esta verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad
histórica está ampliamente documentada, aunque hoy, como en el pasado, no
faltan quienes de formas diversas la ponen en duda o incluso la niegan.
*El debilitamiento de la fe en la resurrección de Jesús debilita, como
consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la
Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba.
*La adhesión de corazón y de mente a Cristo muerto y resucitado cambia la vida
e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos.
*¿No es la certeza de que Cristo resucitó la que ha
infundido valentía, audacia profética y perseverancia a los mártires de todas
las épocas? ¿No es el encuentro con Jesús vivo el que ha convertido y
fascinado a tantos hombres y mujeres, que desde los inicios del cristianismo
siguen dejándolo todo para seguirlo y poniendo su vida al servicio del
Evangelio? «Si Cristo no resucitó, —decía el apóstol san Pablo— es vana
nuestra predicación y es vana también nuestra fe» (1Co
15, 14). Pero ¡resucitó!
*¡Jesús ha resucitado! Es «el que vive» (Ap
1, 18), y nosotros podemos encontrarnos con
él, como se encontraron con él las mujeres que, al alba del tercer día, el día
siguiente al sábado, se habían dirigido al sepulcro; como se encontraron con
él los discípulos, sorprendidos y desconcertados por lo que les habían
referido las mujeres; y como se encontraron con él muchos otros testigos en
los días que siguieron a su resurrección.
*El Señor está con nosotros, con su Iglesia, hasta el fin de los tiempos. Los
miembros de la Iglesia primitiva, iluminados por el Espíritu Santo, comenzaron
a proclamar el anuncio pascual abiertamente y sin miedo. Y este anuncio,
transmitiéndose de generación en generación, ha llegado hasta nosotros y
resuena cada año en Pascua con una fuerza siempre nueva.
*De modo especial en esta octava de Pascua, la liturgia nos invita a
encontrarnos personalmente con el Resucitado y a reconocer su acción
vivificadora en los acontecimientos de la historia y de nuestra vida diaria.
*El Señor está con nosotros, nos muestra el camino verdadero.
*Queridos hermanos y hermanas, que la alegría de estos días afiance aún más
nuestra adhesión fiel a Cristo crucificado y resucitado. Sobre todo, dejémonos
conquistar por la fascinación de su resurrección.
HOMILÍA, 11 DE ABRIL DE 2009
*La resurrección de Jesús es un estallido de luz. Se supera la muerte, el
sepulcro se abre de par en par. El Resucitado mismo es Luz, la luz del mundo.
Con la resurrección, el día de Dios entra en la noche de la historia. A partir
de la resurrección, la luz de Dios se difunde en el mundo y en la historia. Se
hace de día.
*Sólo esta Luz, Jesucristo, es la luz verdadera, más que el fenómeno físico de
luz. Él es la pura Luz: Dios mismo, que hace surgir una nueva creación en
aquella antigua, y transforma el caos en cosmos.
*Los cristianos entienden: sí, en la resurrección, el Hijo de Dios ha surgido
como Luz del mundo. Cristo es la gran Luz de la que proviene toda vida. Él nos
hace reconocer la gloria de Dios de un confín al otro de la tierra. Él nos
indica la senda. Él es el día de Dios que ahora, avanzando, se difunde por
toda la tierra. Ahora, viviendo con Él y por Él, podemos vivir en la luz.
*La Iglesia antigua ha calificado el Bautismo como
fotismos,
como Sacramento de la iluminación, como una comunicación de luz, y lo ha
relacionado inseparablemente con la resurrección de Cristo.
*En el Bautismo, Dios dice al bautizando: «Recibe la luz». El bautizando es
introducido en la luz de Cristo. Ahora, Cristo separa la luz de las tinieblas.
En Él reconocemos lo verdadero y lo falso, lo que es la luminosidad y lo que
es la oscuridad. Con Él surge en nosotros la luz de la verdad y empezamos a
entender.
*El Bautismo no es sólo un lavacro, sino un nuevo nacimiento: con Cristo es
como si descendiéramos en el mar de la muerte, para resurgir como criaturas
nuevas.
*Desde que Cristo ha resucitado, la gravitación del amor es más fuerte que la
del odio; la fuerza de gravedad de la vida es más fuerte que la de la muerte.
MENSAJE PASCUAL, 12 DE ABRIL DE 2009
*Por tanto, la resurrección no es una teoría, sino
una realidad histórica revelada por el Hombre Jesucristo mediante su «pascua»,
su «paso», que ha abierto una «nueva vía» entre la tierra y el Cielo (cf.
Hb 10,20).
No es un mito ni un sueño, no es una visión ni una utopía, no es una fábula,
sino un acontecimiento único e irrepetible: Jesús de Nazaret, hijo de María,
que en el crepúsculo del Viernes fue bajado de la cruz y sepultado, ha salido
vencedor de la tumba.
*El anuncio de la resurrección del Señor ilumina las zonas oscuras del mundo
en que vivimos. Me refiero particularmente al materialismo y al nihilismo, a
esa visión del mundo que no logra transcender lo que es constatable
experimentalmente, y se abate desconsolada en un sentimiento de la nada, que
sería la meta definitiva de la existencia humana. En efecto, si Cristo no
hubiera resucitado, el «vacío» acabaría ganando.
*Si quitamos a Cristo y su resurrección, no hay
salida para el hombre, y toda su esperanza sería ilusoria. Pero, precisamente
hoy, irrumpe con fuerza el anuncio de la resurrección del Señor, que responde
a la pregunta recurrente de los escépticos, referida también por el libro del
Eclesiastés: «¿Acaso hay algo de lo que se pueda decir: “Mira, esto es
nuevo?”» (Qo
1,10). Sí, contestamos: todo se ha renovado en la mañana de Pascua. “Lucharon
vida y muerte en singular batalla y, muerto el que es Vida, triunfante se
levanta” (Secuencia Pascual). Ésta es la novedad. Una novedad que cambia la
existencia de quien la acoge, como sucedió a los santos.
HOMILÍA, 3 DE ABRIL DE 2010
*Esta medicina (de la inmortalidad) se nos da en el Bautismo. Una vida nueva
comienza en nosotros, una vida nueva que madura en la fe y que no es truncada
con la muerte de la antigua vida, sino que sólo entonces sale plenamente a la
luz.
*Lo que ocurre en el Bautismo es el comienzo de un camino que abarca toda
nuestra existencia, que nos hace capaces de eternidad, de manera que con el
vestido de luz de Cristo podamos comparecer en presencia de Dios y vivir por
siempre con él.
*Lo que acontece esencialmente en el Bautismo ha permanecido igual: No es
solamente un lavacro, y menos aún una acogida un tanto compleja en una nueva
asociación. Es muerte y resurrección, renacimiento a la vida nueva.
*El Señor resucitado nos da la alegría: la verdadera
vida. Estamos ya cobijados para siempre en el amor de Aquel a quien ha sido
dado todo poder en el cielo y sobre la tierra (cf.
Mt 28,18).
HOMILÍA, 23 DE ABRIL DE 2011
*La luz del cirio pascual, que en la procesión a través de la iglesia envuelta
en la oscuridad de la noche se propaga en una multitud de luces, nos habla de
Cristo como verdadero lucero matutino, que no conoce ocaso, nos habla del
Resucitado en el que la luz ha vencido a las tinieblas.
REGINA CÆLI, 25 DE ABRIL DE 2011
*La
Resurrección del Señor marca la renovación de nuestra condición humana. Cristo
ha derrotado la muerte, causada por nuestro pecado, y nos reconduce a la vida
inmortal. De ese acontecimiento brota toda la vida de la Iglesia y la
existencia misma de los cristianos.
*Uno de los signos característicos de la fe en la Resurrección es el saludo
entre los cristianos en el tiempo pascual, inspirado en un antiguo himno
litúrgico: «¡Cristo ha resucitado! ¡Ha resucitado verdaderamente!». Es una
profesión de fe y un compromiso de vida.
*¿Cómo podemos encontrar al Señor y ser cada vez más
sus auténticos testigos? San Máximo de Turín afirma: «Quien quiera encontrar
al Salvador, lo primero que debe hacer es ponerlo con su fe a la diestra de la
divinidad y colocarlo con la persuasión del corazón en los cielos» (Sermo
XXXIX A, 3: CCL 23, 157), es decir, debe aprender a dirigir constantemente la
mirada de la mente y del corazón hacia la altura de Dios, donde está Cristo
resucitado.
*Sólo si sabemos dirigirnos a Dios, orar a él, podemos descubrir el
significado más profundo de nuestra vida, y el camino diario queda iluminado
por la luz del Resucitado.
REGINA CÆLI, 8 DEMAYO DE 2011
*Dirigimos nuestra mirada a María,
Regina caeli. En el alba de la Pascua, se
convirtió en la Madre del Resucitado y su unión con él es tan profunda que
donde está presente el Hijo no puede faltar la Madre.
*En estos días del tiempo pascual, dejémonos conquistar por Cristo resucitado.
En él comienza el nuevo mundo de amor y de paz que constituye la profunda
aspiración de todo corazón humano.
HOMILÍA, 7 DE ABRIL DE 2012
*Pascua
es la fiesta de la nueva creación. Jesús ha resucitado y no morirá de nuevo.
Ha descerrajado la puerta hacia una nueva vida que ya no conoce ni la
enfermedad ni la muerte. Ha asumido al hombre en Dios mismo.
*El escritor eclesiástico Tertuliano, en el siglo
III, tuvo la audacia de escribir refriéndose a la resurrección de Cristo y a
nuestra resurrección: «Carne y sangre, tened confianza, gracias a Cristo
habéis adquirido un lugar en el cielo y en el reino de Dios» (CCL
II, 994). Se ha abierto una nueva dimensión para el hombre. La creación se ha
hecho más grande y más espaciosa.
*La Pascua es el día de una nueva creación, pero precisamente por ello la
Iglesia comienza la liturgia con la antigua creación, para que aprendamos a
comprender la nueva. Así, en la Vigilia de Pascua, al principio de la Liturgia
de la Palabra, se lee el relato de la creación del mundo.
*La luz hace posible la vida. Hace posible el encuentro. Hace posible la
comunicación. Hace posible el conocimiento, el acceso a la realidad, a la
verdad. Y, haciendo posible el conocimiento, hace posible la libertad y el
progreso. El mal se esconde. Por tanto, la luz es también una expresión del
bien, que es luminosidad y crea luminosidad. Es el día en el que podemos
actuar.
*En Pascua, en la mañana del primer día de la semana, Dios vuelve a decir:
«Que exista la luz». Antes había venido la noche del Monte de los Olivos, el
eclipse solar de la pasión y muerte de Jesús, la noche del sepulcro. Pero
ahora vuelve a ser el primer día, comienza la creación totalmente nueva. «Que
exista la luz», dice Dios, «y existió la luz».
*Jesús resucita del sepulcro. La vida es más fuerte que la muerte. El bien es
más fuerte que el mal. El amor es más fuerte que el odio. La verdad es más
fuerte que la mentira. La oscuridad de los días pasados se disipa cuando Jesús
resurge de la tumba y se hace él mismo luz pura de Dios.
*Con la resurrección de Jesús, la luz misma vuelve a ser creada. Él nos lleva
a todos tras él a la vida nueva de la resurrección, y vence toda forma de
oscuridad. Él es el nuevo día de Dios, que vale para todos nosotros.
*Por el sacramento del bautismo y la profesión de la
fe, el Señor ha construido un puente para nosotros, a través del cual el nuevo
día viene a nosotros. En el bautismo, el Señor dice a aquel que lo recibe:
Fiat lux,
que exista la luz. El nuevo día, el día de la vida indestructible llega
también para nosotros. Cristo nos toma de la mano. A partir de ahora él te
apoyará y así entrarás en la luz, en la vida verdadera. Por eso, la Iglesia
antigua ha llamado al bautismo photismos,
iluminación.
MENSAJE PASCUAL, 8 DE ABRIL DE 2012
*Si Jesús ha resucitado, entonces –y sólo entonces–
ha ocurrido algo realmente nuevo, que cambia la condición del hombre y del
mundo. Entonces Él, Jesús, es alguien del que podemos fiarnos de modo
absoluto, y no solamente confiar en su mensaje, sino precisamente
en Él,
porque el resucitado no pertenece al pasado,
sino que está presente
hoy, vivo.
AUDIENCIA, 11 DE ABRIL DE 2012
*En este día de Resurrección, él la da en plenitud y
esa paz se convierte para la comunidad en fuente de alegría, en certeza de
victoria, en seguridad por apoyarse en Dios. También a nosotros nos dice: «No
se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (Jn
14, 1).
*Después de este saludo, Jesús muestra a los
discípulos las llagas de las manos y del costado (cf.
Jn 20, 20), signos
de lo que sucedió y que nunca se borrará: su humanidad gloriosa permanece
«herida». Este gesto tiene como finalidad confirmar la nueva realidad de la
Resurrección: el Cristo que ahora está entre los suyos es una persona real, el
mismo Jesús que tres días antes fue clavado en la cruz.
*En la luz deslumbrante de la Pascua, en el encuentro con el Resucitado, los
discípulos captan el sentido salvífico de su pasión y muerte. Entonces, de la
tristeza y el miedo pasan a la alegría plena. La tristeza y las llagas mismas
se convierten en fuente de alegría.
*Él les dice de nuevo: «Paz a vosotros» (v. 21). Ya
es evidente que no se trata sólo de un saludo. Es un don,
el don que el
Resucitado quiere hacer a sus amigos, y al mismo tiempo es una consigna: esta
paz, adquirida por Cristo con su sangre, es para ellos pero también para todos
nosotros, y los discípulos deberán llevarla a todo el mundo.
*Jesús resucitado ha vuelto entre los discípulos
para enviarlos. Él ya ha completado su obra en el mundo; ahora les toca a
ellos sembrar en los corazones la fe para que el Padre, conocido y amado,
reúna a todos sus hijos de la dispersión. Pero Jesús sabe que en los suyos hay
aún mucho miedo, siempre. Por eso realiza el gesto de soplar sobre ellos y los
regenera en su Espíritu (cf. Jn
20, 22); este gesto es el signo de la nueva creación. Con el don del Espíritu
Santo que proviene de Cristo resucitado comienza de hecho un mundo nuevo.
*Con el envío de los discípulos en misión se inaugura el camino del pueblo de
la nueva alianza en el mundo, pueblo que cree en él y en su obra de salvación,
pueblo que testimonia la verdad de la resurrección. Esta novedad de una vida
que no muere, traída por la Pascua, se debe difundir por doquier, para que las
espinas del pecado que hieren el corazón del hombre dejen lugar a los brotes
de la Gracia, de la presencia de Dios y de su amor que vencen al pecado y a la
muerte.
*También hoy el Resucitado entra en nuestras casas y en nuestros corazones,
aunque a veces las puertas están cerradas. Entra donando alegría y paz, vida y
esperanza, dones que necesitamos para nuestro renacimiento humano y
espiritual.
*Sólo Cristo puede correr aquellas piedras sepulcrales que el hombre a menudo
pone sobre sus propios sentimientos, sobre sus propias relaciones, sobre sus
propios comportamientos; piedras que sellan la muerte: divisiones,
enemistades, rencores, envidias, desconfianzas, indiferencias.
*Sólo él, el Viviente, puede dar sentido a la existencia y hacer que
reemprenda su camino el que está cansado y triste, el desconfiado y el que no
tiene esperanza.
*Que el Tiempo pascual sea para todos nosotros la ocasión propicia para
redescubrir con alegría y entusiasmo las fuentes de la fe, la presencia del
Resucitado entre nosotros.
*Dejémonos encontrar por Jesús resucitado. Él, vivo y verdadero, siempre está
presente en medio de nosotros; camina con nosotros para guiar nuestra vida,
para abrirnos los ojos. Confiemos en el Resucitado, que tiene el poder de dar
la vida, de hacernos renacer como hijos de Dios, capaces de creer y de amar.
La fe en él transforma nuestra vida: la libra del miedo, le da una firme
esperanza, la hace animada por lo que da pleno sentido a la existencia, el
amor de Dios.
Recopilados
por: P. Mariano Esteban Caro
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